Tal y como está el patio, da miedo hasta citar de una web de una editorial, pero es que estas palabras de Arturo Pérez-Reverte reflejan y esclarecen algo que muchos (y muchas, cáptese la ironía) se empeñan en ignorar:
Olvidando, de paso, que la norma no se impone por decreto, sino que son el uso y la sabiduría de la propia lengua hablada y escrita los que crean esa norma; y que las academias, diccionarios, gramáticas y ortografías se limitan a registrar el hecho lingüístico, a fijarlo y a limpiarlo para su común conocimiento y mayor eficacia. Porque no es que, como afirman algunos tontos, las academias sean lentas y vayan detrás de la lengua de la calle. Es que su misión es precisamente ésa: ir detrás, recogiendo la ropa tirada por el suelo, haciendo inventario de ésta y ordenando los armarios.
Las negritas son mías. Que las academias a veces hacen descalabros, pues es cierto. Que a veces también se apresuran en contra de su misión, confundiendo eufemismos utilizados de manera común por unos medios que no reflejan el hablar común de la gente, pues también. Pero una cosa es cometer errores en el trabajo y cuestionarlos y otra muy diferente desautorizar su trabajo por completo porque no se entiende su funcionamiento; o tan sólo porque no se sabe exactamente cual es. Y eso hacen muchos (y muchas, claro está).
Si publico esta cita es porque pocas veces he encontrado tan bien definida en tan pocas palabras la función de una academia de la lengua y, por extensión, de la propia lengua.
Y añade Pérez-Reverte en uno de los párrafos, citando a su amigo:
(…) Si lo que tanta idiotez de género ha conseguido es que, al final, una mujer crea que ofrecer un trabajo de auditor es sólo para hombres y no para ella, todo esto es una puñetera mierda.
Amén a eso.
Por cierto, fue por vía de Menéame.
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