Siempre he pensado que la simple acumulación de obras te permite mejorar la calidad de las siguientes que hagas. Resulta lógico: como en todo, la práctica resulta ser el mejor maestro. Sin embargo, a veces el afán de perfeccionismo, que resulta loable sólo hasta una cierta media, te hace embrollarte. Toda creación, sea artística o utilitaria, tiene un límite de corrección. Si lo superas, te habrás hecho “la picha un lío”.
Algo así me ha pasado con mi proyecto “Autodidacta”. Hace algo más de un año, realice “Ciberia”, al que puedo denominar con orgullo “el primer tutorial de informática básica hecho en cómic”. Lo puse ha disposición como un solo pdf, he incluso pasé a comenzar su segunda parte (que hablaba de ofimática) y la publiqué en forma de blog. Pero un tiempo después, decidí que debía hacer unos cambios: mejorar el personaje, cambiar la tipografía, cambiar el nombre, hacer algunas correcciones, etc. Por lo que me embarqué en un ligero “remake” o versión 2.0 (ahora que está de moda el término) a la que bautice como CBEX123 (el nombre “Ciberia” está muy usado y podía darme ciertos problemas en algún momento).
Lo reconozco: creo que, aunque la decisión era pertinente, tal vez hubiera sido mejor no tomarla. Ahora me siento como aquel personaje de “La peste” de Albert Camus, que en su novela no pasaba de la primera frase porque no hacía más que darle vueltas acerca de como mejorarla. Creo que en CBEX123 he conseguido hacer algunas correcciones, principalmente a nivel gráfico, pero al corregir unas cosas, me han salido otros errores por otro lado. Lo peor es que ninguno de estos errores son graves. Pero he permitido que me molesten, y ahí está el problema.
Ya me he aburrido de volver a masticar algo que ya había hecho. En cómic, de este tipo, quiero hacer nuevas cosas. Pero ya me embarqué en algo que no quiero dejar a medias (he dejado a medias demasiadas cosas). Ayer estuve ojeando cuantas páginas me quedan por corregir y son unas 60, en las que se incluyen algunos errores de planificación (páginas saturadas de texto) con los que no estoy de ánimo para lidiar con ellos.
Pero ya me embarqué, así que tendré que seguir remando. No hay nada como la práctica para aprender una lección. Es como cuando pintas un cuadro: tienes que encontrar el límite donde debes dejar de tratar de arreglarlo, porque a partir de ahí todo serán errores y lo que era un placer se convierte en una carga.
Esto es más que aplicable al proceso de escribir, del que forma parte indisoluble la corrección. Un cuento no soporta más de dos revisiones. Si tras ellas, no estás satisfecho con él, escribe otro. Si hay una frase que no te convence y, después de darle vueltas, no das con una mejor versión, olvídate de ella, pues se terminarán convirtiendo en un par de zapatos de cemento con los que tratarás de llegar hasta la orilla en lo que se suponía un placentero ejercicio de natación.
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