Daniel Castro, en Guionista en Chamberí, ha escrito una serie de tres entradas muy lúcidas acerca de todo ese rollo de los derechos de autor: Ese post sobre derechos de autor que el mundo estaba esperando, Cherchez la pasta y Últimas preguntas. En resumen, según él, todo se reduce a dinero: el que unos no quieren dejar de ganar y el que otros no quieren gastar. Y, en parte, estoy de acuerdo.
La difusión de la cultura por Internet es un tema espinoso, no sólo por el dinero, sino porque el puñetazo que ha significado para el modelo de negocio establecido durante años ha llevado a cuestionar unas cuantas cosas más. Pero, principalmente, lo que ha hecho ha sido que el sistema creado por los intermediarios (discográficas, distribuidoras, editoriales) se vuelva en contra de ellos. Lógico: ¿a quien se le ocurre que, mientras los medios de producción se abaratan cada vez más, los productos conserven su precio, o hasta lo aumenten? Por mucho que eso tenga algún tipo de justificación (por ejemplo, los tan cacareados gastos de promoción), la gente no se lo traga. A ver si se dan cuenta: no se lo traga. Algo huele a podrido en Dinamarca.
Y como la gente no se lo traga, pues hay que tratar de que lo mastiquen, de que lo engullan, de que, sea como sea, acepten las reglas que ellos imponen. Pero no es así.
La pataleta sobre los derechos de autor es sobre el dinero... en el "primer" mundo. Pero la discusión, que se maneja por parte del usuario enarbolando conceptos como libertad, justicia y cultura cuando en realidad, como dice Daniel, todo es cuestión de pasta, termina derivando hacia el lado del acceso real a la cultura para todos. Hay personas que se pueden permitir pagar $15 por un CD o un DVD, los hay que se pueden permitir pagar $1 por canción (o menos), y los hay que no pueden pasar de los $2 por CD pirata con 12 o 15 canciones. Y muchos, pero que muchos, que no les alcanza. En esta polémica sobre los derechos de autor, sin darse cuenta, los primeros y los segundos están luchando por los terceros y cuartos. Pero lo peor es que lo hacen sin darse cuenta.
Pensándolo mejor, es cierto que lo que acabo de decir es cuestión de dinero: del que unos no quieren dejar de ganar, del que otros no quieren gastar y del que muchos, pero muchísimos, no tienen y jamás tendrán porque están atrapados en una espiral descendente en el que la cultura, que les habriría un campo enorme de posibilidades, se les veda porque primero hay que comer, y luego no queda tiempo para nada.
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