Es más fácil hablar de cuánto nos están vigilando y qué malo es todo, que decirle a esa persona que está escuchando o viendo que en realidad aún tiene el control sobre su información y los servicios que utiliza; que puede borrarse cuando quiera, compartir información con quien desee y no compartirla con quien así no lo quiera; que puede elegir, que aún a Internet no la gobierna ningún ojo que todo lo ve.
Matías Calderón en una entrada para Alt-tab. Ese discurso sensacionalista proveniente de los media es, como dijo Enrique Dans, cansino, en la más pura tradición de enlaces a temas repetitivos en Menéame. Lo que me gustaría saber (así, con datos relativamente fiables) es cuanta gente de a pie mira con desconfianza a Internet por culpa de esos mensajes. Porque la impresión que tengo es que en realidad no tienen mucho calado y que, a pesar de tanto mensaje negativo, existe mucha imprudencia a la hora de manejarse en la red.
Dicha imprudencia tiene su punto de partida en la premisa falsa que Versvs expone en la introducción de su libro “La sociedad de control”:
A menudo el debate público sobre nuestra privacidad parte de una premisa completamente falsa, que evidentemente guía el debate por un camino inadecuado e inútil, pues nadie está preguntando por el asunto sobre el que se está respondiendo. La premisa falsa es que el deseo de privacidad nace del deseo de esconder trapos sucios. Esos trapos sucios pueden ser de cualquier índole, porque un trapo sucio es cualquier cosa que esté mal vista por una parte de la sociedad: homosexualidad, corrupción, filiación política o tendencias religiosas.
Mucha gente asocia el hecho de “no ocultar nada” con una especie de certificado de honestidad que les ratifica como honestos y honrados frente a los demás. Únele a eso lo poco que valoran sus datos, sumamente importantes para muchas empresas el día de hoy (y hasta gobiernos, según el país), y tienes un cóctel explosivo de imprudencia en el que lo menos que te puede pasar es que el computador se te llene de tantos virus que una fábrica de armas químicas sería un quimicefa en comparación con tu máquina.
Lo que hacen los medios tradicionales al difundir ese tipo de mensajes alarmistas es conseguir que el público se vuelva inmunes a ellos como quien oye gritar “¡Que viene el lobo!” por decimotercera vez, después de que doce falsas alarmas previas. Mejor harían en tratar de divulgar normas elementales de privacidad, en lugar de difundir y amplificar las cagadas que cometen unos cuantas.
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