Unos pocos años más tarde, en la costa oeste de Estados Unidos, en un campus universitario, se estaban congratulando mis amigos norteamericanos de lo bien que se comportaba un ratón con el que estaban experimentando su conducta a raíz de una serie de incentivos muy meditados. La reacción era tan buena que un biólogo perverso sugirió que, de vez en cuando, no se recompensara la buena conducta del animal. ¿Cómo reaccionaría si, a pesar de haberlo hecho muy bien, no se le daba el premio?
Lo probaron: las tres primeras veces el ratón, defraudado, puso todavía más ahínco y precisión en la ejecución de las instrucciones. «Se podría aplicar en las políticas de personal de las corporaciones», sugirió el biólogo pérfido. A la cuarta de hacerlo todo bien sin recompensa, el ratón se desmoronó y no quiso seguir el juego.
Fijo que mi estimado Yoriento le puede sacar jugo a estos párrafos escritos por Eduard Punset. Sólo añadir que para probar eso, no era necesario maltratar al pobre ratón… Aunque pensándolo mejor, quizás sí: los humanos somos a veces demasiado testarudos o cobardes y seguimos empecinados en continuar a pesar de la falta de verdaderas recompensas (que no tienen que ser necesariamente económicas).
No hace mucho, un amigo rechazó un puesto de trabajo que, aunque no implicaba una mejora salarial y sí más labor, significaba abandonar una empresa en la que estaba acomodado: poco sueldo, sí, pero poco curro. En el momento de la oferta, cualquiera que tuviera dos dedos de frente podía ver que aquello era el Titanic yendo derechito al iceberg y con el capitán gritando “¡Viento en popa y a toda máquina!”.
Ahora, sé que esa empresa tiene el iceberg tan cerca que puede usarlo para ponerse cubitos de hielo en el whisky (como bromeaban en el momento del choque los viajeros del malogrado transatlántico). Al leer lo del ratón, me he acordado de mi amigo, que no ha podido ser como el animalejo. No sé si podrá acudir a la otra empresa de nuevo (que es, por cierto, de la competencia) y si se mantendrá en pie la oferta, pero quizás debería intentarlo aunque sólo sea a manera de bote salvavidas en mitad de un océano helado.
Iván,
ResponderEliminarprecisamente si somos tan testarudos es porque los éxitos sólo vienen de vez en cuando. Como el perro del chiringuito y la gaviota del hotel, nuestra forma de comportarnos y nuestro estilo de vida depende de las condiciones en las que vivimos.
Ser un ratón insistente o perezoso es mérito de nuestro sino ;-)
Pues sí, en eso tienes razón. Por ello me resulta un tanto sangrante la situación de mi amigo, que se ha dejado arrastrar por la pereza y una ilusión de comodidad que sé que le va a costar caro, pues perder el ritmo siempre pasa factura.
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