Desde hace tiempo, soy lector habitual de libros electrónicos. Las razones que me motivaron a pasarme de la compra de libros en papel a la descarga de los mismos y lectura en mi Palm (ahora tengo una Z22) fueron la relación calidad-precio de muchas obras literarias y la dificultad para encontrar determinados libros por estas tierras. Esto no ha impedido que, de vez en cuando, comprase libros, especialmente los de mis autores favoritos. Por ejemplo, con Álex Grijelmo me sucede un fenómeno compulsivo: si tengo dinero en el bolsillo, cojo su libro y, sin mirar el interior, lo compro. Salvo con “La punta de la lengua”, no me arrepiento con ninguno.
Supongo que los señores de la industria editorial imaginan que la existencia de libros electrónicos gratuitos es excluyente de la existencia de los mismos en papel, que unos acabarían con los otros. Pues no es así, mira por donde, pero de nuevo nos encontramos ante un caso de miopía galopante que lo único que hace es entorpecer el acceso a la cultura.
La industria editorial está inflada. Su volumen de publicación es desproporcionado en relación tanto con la demanda como con la calidad de sus productos. Para ella, los libros son un producto, y que mejor que incentivar al consumo indiscriminado para vender sus productos. Ese consumismo lleva a vender aire en tapa dura a un precio ajeno a la realidad.
Yo no le pido mucho a un libro. Lo primero es que, como mínimo, esté bien escrito y me divierta. Después, que me haga pensar y me enseñe algo. De toda la oferta que encuentro en las librerías de Quito, poco hay que cumpla con esos requisitos. Y aquellos libros que parecen cumplirlos están a unos precios que me resultan inaccesibles, por lo menos si quiero comer y tener un techo sobre mi cabeza.
Recuerdo que cuando vivía en Madrid, yo y los de mi entorno (imagino que muchos otros también) hacíamos la clasificación de una película en función de si era meritoria del pago de un día normal de exhibición o tan sólo del “día del espectador”, que era cuando se pagaba la mitad. Con los libros ahora se puede hacer lo mismo: un libro puede ser digno de que se pague por él, de que se descargue por Internet o ni siquiera de que ocupe espacio en tu disco duro.
De los libros que me he bajado, por pocos, muy pocos, estaría dispuesto a pagar. Algunos me los he leído completos, pero porque no había otra cosa mejor que hacer. Hay una inmensa mayoría de los cuales no he podido pasar de los primeros capítulos. Por los que estaría dispuesto a pagar, o no los encuentro, o simplemente su precio es demasiado alto para mi nivel adquisitivo.
Ahora aparece el Amazon Kindle, que pretenden vender a $400 para comprar libros a $10 con DRM. Ya dije que comprendo la actitud de Amazon. La industria editorial está más desubicada que la discográfica, que poco a poco empieza a darse cuenta de como van las cosas, y Amazon no puede atreverse a lanzar una propuesta más innovadora, pues se encontrarían con el rechazo de aquellos que les proporcionan los productos que venden. A mi parecer, en Amazon saben muy bien lo que ocurre, y lo que esperan es poder ir abriendo camino para tratar de cambiar las cosas. Eso sí, obteniendo ganancias por muy tímidas que sean, aunque no sería para sorprenderse si el Kindle fuese un estrepitoso fracaso.
De todas las reseñas, la hecha por Enrique Dans es la más benigna. En Error500, no lo ven con buenos ojos. En ALT1040, ácidos como siempre, dan las razones concretas de su disgusto y proponen que les gustaría ver en un producto de este tipo, aunque algunas de estas propuestas no me parece que sean muy viables para iniciar el camino hacia el futuro de la lectura por parte de las editoriales, un camino que, por otra parte, ya ha comenzado sin ellos.
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