Hace poco me leí “Hay algo que no es como me dicen: El caso de Nevenka Fernández contra la realidad”, de Juan José Millás. No voy a entrar a hacer una reseña del libro, ni siquiera una crítica. Sólo decir que Millás me gusta más en sus cuentos cortos que en sus novelas. De éstas, únicamente dos me convencieron.
Pero tampoco voy a hablar de Millás (aunque debería hacerlo en otro momento), sino de algo que decía en ese libro: la culpabilización de la víctima. Y es que es increíble la manía que tenemos en nuestra sociedad de echar la culpa de lo que sucede a aquellos a los que les sucede.
En el libro mencionado, repetía más de una vez como, en una situación de acoso, lo primero que pregunta la gente a la acosada (una vez que se abusó de ella) es que por qué no hizo nada. Una situación de acoso tiene muchos matices, y las razones de la inacción en ocasiones son muy profundas.
Pero no sólo en el acoso se da esa situación de culpabilización. Se da en muchos otros aspectos de la vida. Si tu jefe te trata de manera despectiva, humillándote constantemente, el culpable de esa situación eres tú, independientemente de que tengas poderosas razones para aguantar esa humillación. Si te han cobrado de más en un comercio, tú eres el culpable, por no fijarte bien o por no hacer valer tus derechos de consumidor. Si te atracan, la culpa es tuya por ir por esas zonas a esas horas, o por no estar alerta.
Esta manía de culpabilizar está más extendida que . Aunque quizás categorizarlo como manía sea excesivo. Es como una especie de tic. Unos guiñan el ojo sin control, otros buscan siempre responsables y unos muchos se dedican a echarte la culpa siempre a ti, sin importar la situación y sus detalles. Es como ese viejo dicho de las madres: “como te caigas, te pego”. O sea, que te abres la cabeza y encima te dan una paliza. Y lo peor es que, a veces, si no hay nadie quien lo haga, lo hacemos nosotros mismos. Ante un hecho fortuito desafortunado, en nuestro intento de darle sentido al mundo tratamos de buscar responsables, y como el que tenemos más cerca somos nosotros mismos, pues nos empeñamos en decir cosas como “¡Si es que tenía que haberme dado cuenta!” o “¡Como se me ocurrió ir por ahí!”.
Si ya es malo que un tercero te culpe, que decir cuando tú mismo lo haces sin que haya necesidad. En este último caso, lo mejor es sobrellevar lo mejor posible lo sucedido, sin darle muchas vueltas por lo menos hasta que haya pasado algún tiempo.
Todo esto viene a que anteayer me robaron una pequeña carterita de mala imitación china de cuero. Dentro iban mi móvil y dos reproductores MP3. De ahí las reflexiones anteriores.
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