Menuda llevamos con la Unión Europea. Si es que se cubren de gloria, ya lo dije antes.
Pero independientemente de lo alarmista o alarmante que sean esas enmiendas que se votarán en septiembre, creo que los pasos que se están dando, principalmente de cara al público, vienen a querer decir una cosa: “No importa. Pagaréis por nuestros contenidos en un momento u otro. Al tiempo”.
El sector de los libros ha empezado a reaccionar ya, bastante tarde en relación a sus primos de la música. Pero en relación a su propia realidad, es cierto que han despertado un poco más rápido, pero sólo un poco. Ya sabéis lo que dice el refrán: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”. Quizás se han dado cuenta de que su burbuja puede estar a punto de estallar. Sí, burbuja, que no sólo la hay inmobiliaria. Una burbuja de precios inflados y obras mediocres e hinchadas pululando a diestro y siniestro. ¡Ay va! Pero si es la misma burbuja de la música, repleta de radioformulas, canciones vacías y mediocres cuya única forma de supervivencia es reproducirse como una infección a base de repetirse y repetirse y repetirse en el hilo músical conformado por las emisoras de radio. Eso sí, siempre con los mismos precios altos, sin importar las justificaciones que se tengan que sacar para mantenerlos.
Ni todos los escritores son pedantes y mediocres, ni todos los músicos son parásitos y mediocres. Y me refiero a los afiliados a sociedades de derechos de autor, que suelen ser a quienes se les imputan esos calificativos con mayor ligereza (por obvias razones). Pero lo que pasa es que la gente, todos estamos cabreados. Y mucho. Porque, vamos a ver, ¿cómo es posible que bajen los precios de todos los elementos técnicos implicados en la producción y fabricación de un “objeto cultural” y el objeto en sí no lo haga? ¿Cómo es posible – en el caso de la música y el cine – que nos vengan vendiendo una y otra vez lo mismo con la excusa del cambio de formato?
Ante una situación así (y sí, ya se que hay matices y casos), es normal que la gente se cabree. No es para menos. Entonces, ¿qué es lo que ocurrió cuando estábamos ante una aceptación del orden de las cosas porque no había más narices? El advenimiento de la popularización de la tecnología. ¡Catapum! De pronto la gente (o sea, nosotros) teníamos (y tenemos) la sartén por el mango. Nada de tener que comprarme la misma música y las mismas películas una y otra vez con la excusa del cambio de formato (¿cuánto habrán ganado los artistas con cada cambio? ¿Y las sociedades de gestión?). Ahora, mientras haya computadoras (y creo que esto va para laaargo), con que tenga la canción en un formato decente y unos cuantos respaldos, se acabo lo que se daba. Mientras tenga un AVI o un FLV y discos duros, ahí me las den todas. Vaya, los que siempre las recibíamos todas en el mismo carrillo, ahora resulta que no teníamos porque recibir más. La burbuja estalló.
Y estalló la guerra.
La palabra “ladrones” empezó a circular cuales balas entre un bando y otro: los productores, los intermediarios y los receptores. Vaya, pero si son tres. Aquí, en verdad, sobra alguien.
¿En verdad?
¿Sobran los intermediarios? Porque vamos, según lo veo yo, quien importa más son los productores y los receptores, a partes iguales (porque se es uno u otro según el momento, el lugar y la temperatura ambiente). Pero, ¿sobran de verdad? ¿Cuál es la página más visitada del mundo? Sí, Google (vale, con matices y según donde). ¿Y qué es Google? Ah, bueno.
Los intermediarios no sobran. Lo que sobran son sus maneras de proceder, de actuar. Los intermediarios, en un mundo tan abundante de información y cultura, son necesarios. Los que sobran son los abusos y la prepotencia. Sobran aquellos que quieren seguir inflando e inflando la teta cuando la leche que alberga ya se ha acabado. Sobra el modelo de negocio basado en la extracción sistemática e inmisericorde del bolsillo del receptor una vez que se lo tiene atrapado por sus gustos: ¿te gusta esta película? Compra la cinta en Beta. No, vuélvela a comprarla en VHS, que ahora sólo hay películas en ese formato y no vas a tener dos trastos en el comedor, con lo que abulta el Beta ese… No, cómprala en DVD, que viene con unos extras y te ocupa menos espacio. No, compralá en Blu-ray, que nos hemos gastado un pastón en… ¡Doh! ¿Por qué me da a mí que el Blu-ray de las pelotas va a ser un fracaso mayor que el de la armada invencible? Sólo el mismo hecho de su desarrollo es una muestra palpable de la avaricia que les mueve a algunitos por ahí.
Una vez, bueno. Dos, mmm… vale. Pero tres o más, ya huele a chamusquina. Y entonces, todos nos cabreamos porque nos sentimos explotados. Resulta que ese tipejo tan majo, del cual nos comprabamos todos los discos, y del cual estabamos dispuestos a volvernos a comprar otra vez toda la discografía o toda la filmografía pues ahora quiere que volvamos a pagar por lo que ya pagamos en su día. Y como sus canciones forman parte de nuestra vida, acompañan y despiertan nuestros recuerdos (alegres, tristes, triunfales…), que alguien por quien se siente tanto aprecio se muestre tan descaradamente interesado (porque siempre lo ha sido, pero al menos se tomaba la molestia de disimular) pues hace que… eso, nos cabreemos. Por mucho que digamos, las formas nos importan bastante.
Y así estamos: cabreados. Pero no me gusta cabrearme porque sí, y me gusta tratar de buscar soluciones. No soy partidario del enfrentamiento, sino de la negociación y de la búsqueda de alternativas. Sin embargo, ese tipo de cosas y este debate lo dejaré para otras entradas, que en esta ya se me ha ido la mano (de verdad que quería hablar sólo de libros, pero es lo que pasa cuando te callas: que terminas reventando). Sólo quería dejar sentado como veo yo las cosas, cual es el origen de este conflicto, que es lo que me molesta como receptor (no me satisfacen ni usuario, ni mucho menos consumidor). En próximas entradas, más al respecto.
Pero para cerrar, quiero añadir un párrafo que me ha llamado la atención. Llegué a él por medio del blog de David Bravo. Es de Javier de la Cueva, y aunque el tema en que se centra es la tecnología… Bueno, ahora todo tiene que ver con la tecnología. No importa. El párrafo que me llamó la atención es el siguiente, porque resume muy bien unas cuantas inquietudes que yo me cargo hace tiempo:
Para empezar, creo que el tema de la propiedad intelectual ya no es relevante, si bien seguimos discutiendo sobre propiedad intelectual, y quiero matizar esta afirmación: la propiedad intelectual no es relevante desde el momento en que tenemos un medio, que es el de Internet, donde es absolutamente imposible dotar de eficacia al Derecho de propiedad intelectual. Sabemos que el Derecho se manifiesta en tres planos: el primero de ellos es la Justicia, objeto de la Filosofía del Derecho, el segundo es la validez de la norma, objeto de la Ciencia del Derecho, y el tercero es el plano de la eficacia, objeto de la Sociología del Derecho. Desde el momento en el cual la propiedad intelectual de un objeto material ha sido transformada en la propiedad de una lista de unos y ceros, la única manera de poder hacer eficaz la propiedad intelectual de los objetos que se distribuyen en las redes es estableciendo un sistema de controles de las mismas que atentaría contra unos derechos de superior jerarquía, cuales son los derechos fundamentales; esto es: interviniendo las comunicaciones entre los ciudadanos.
Acerca de esto y mucho más, en próximas entradas.
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