Si hay algo que odio al leer una narración escrita (del tipo que sea) son las descripciones descolocadas. Me explico: digamos que en la página uno aparece un personaje. La historia comienza a desarrollarse en torno a él. Nosotros, como lectores, nos lo imaginamos con este u otro aspecto. Le colocamos una cara, por muy indefinida que sea, y le ponemos una ropa. No llegamos a detalles como el color de los ojos, pero por lo menos en mi caso sí al color del pelo. Según como vea el mundo cada uno, imagino que tenderá hacia un estereotipo propio u otro. Pero ahí no está el problema. Está en cuando al autor le da por describirnos al personaje en la página 6 o en la 10. Lo siento, pero odio eso. Lo ODIO (sí, sí, lo digo gritando).
Hace poco me pasó con el ya citado “Hijos de Anasi”, de Neil Gaiman. A pesar de lo que dice el título, no se me ocurrió relacionarlo con uno de los personajes de “American Gods” que tiene ese nombre. Simplemente, no me acordé. La historia comienza con el tal Anansi, pero no se habla de su raza. Lo mismo ocurre con su hijo, en la página dos. De ambos se habla profusamente. Debido al etnocentrismo que todos profesamos (lógico, por otra parte), a los dos me los imaginé blancos (caucásicos, dirían en los USA). Pues no. No lo eran. Eran negros. Y lo peor, esa negritud es importante porque su origen es importante en la historia. No son negros por un ánimo políticamente correcto del autor, sino por otra razón (no lo digo para no espoilear). El caso es que durante toda la historia no hubo manera de teñirlos: blancos me los imaginé al principio, blancos se quedaron.
Creo que un autor debe describir mínimamente a sus personajes al principio de la historia. Al menos en lo referente a esos aspectos que entran rápidamente por los ojos. Por decirlo así, que se ven de lejos. Y más si luego va a usar esos detalles en algún momento o si van a tener importancia en la historia.
De acuerdo. Ya tuve mi pataleta. Ahora voy con lo mío.
Este aspecto al que le doy tanta importancia no lo he cubierto muy bien que digamos. Para empezar, metí la para con Max. De todas formas, es un problema que he solucionado creo que ingeniosamente. Ya veréis a que me refiero en la entrada del miércoles (la #4). Un problema menor creo que ha habido con Jorge Ochoa. Tampoco es que el personaje necesite de muchos detalles, pero a lo mejor no ha quedado claro que es un hombre maduro (rondando los cincuenta). En cuanto a Patricia, que volverá a salir aunque sea sólo por mención, no me preocupa a menos que ponga en práctica una idea que se me ocurrió hace tiempo. Por el momento, ahí queda.
En cuanto a los personajes que aparecen en la entrada #3, creo que lo que se dice es suficiente. La descripción de DK es muy corta y creo que conseguí integrarla en la narración. Natalia (que en un principio tenía el Claremontniano nombre de “Necra”, ya se verá por qué) está correcta y minimalistamente descrita. Y sobre el Gitano, con un sobrenombre como tal, creo que no hacía falta ninguna descripción. A lo sumo, no hubiera estado mal añadir una sobre la ropa que usa para evitar el estereotipo “lolailo” que puede sugerirle a algunos “payos”, pero creo que no hacía falta.
El problema con el que me encontraba aquí es que se trataba de una escena de acción. Pararme a describir significaba enlentecerla, y quise hacerlo lo menos posible. Esto nos lleva a una pequeña lección: introduce a tus personajes en situaciones en las que puedas introducir las descripciones que necesitan sin entorpecer la narración. A ver si se me mete en la cabeza.
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