A lo largo que pasan los años, uno adquiere buenos y malos hábitos. Tanto unos como otros se quedan porque se ven reforzados de alguna manera. Cuando uno escribe (lo que sea), uno de los hábitos más persistentes es el de la escritura burocrática. El siguiente es el de la escritura enrevesada. Bueno, creo que al fin y al cabo son lo mismo.
Tendemos a pensar que cuanto más difícil sea de entender un texto, más prestigio conseguiremos. Y no es así, ni mucho menos. Por ejemplo, a la hora de presentar un proyecto o un informe casi todos solemos elaborar unos panfletos infumables, llenos de frases subordinadas de las subordinadas. Y palabras largas, muchas palabras largas, como si su número de letras fuese el equivalente de su valía, de su importancia, de su significado. En muchas ocasiones, palabras con una gran carga emocional, como libertad, conocimiento, paz, patria, etc. Casi podría decir que existe una relación directa entre el número de palabras largas y grandes (como decía Grijelmo) y la importancia que tiene para nosotros que el texto en cuestión sea aceptado.
Creo que la razón de que este hábito a la hora de escribir se profundice tanto es que se refuerza constantemente: nadie lo critica. No, no es que en un blog, o en un ensayo de una revista, o en un libro no encontremos alabanzas a la sencillez en la escritura. No. Es que los lectores del texto nunca te dicen que has escrito un mamotreto intragable. Pon palabras largas y palabras grandes en oraciones subordinadas de las subordinadas, que tu texto será aceptado de inmediato: el que lo lee se cree ignorante y para no demostrarlo, se calla. Y flaco favor que te hace.
No puedo negar que no he conseguido quitarme este vicio de encima. En muchas ocasiones, me dejo llevar por la complejidad innecesaria, haciendo mi texto difícil de leer y, por lo tanto, difícil de comprender. Y no estoy hablando de textos como este, para un blog, o para un periódico, o de un libro. Hablo precisamente de todos esos textos relativos a la burocracia diaria: comunicaciones, informes, solicitudes, etc. Con lo sencillo que nos es hablar con sencillez, y no podemos trasladarlo al papel, purgándolo un poco para hacerlo digerible y añadiendo una adecuada puntuación para hacerlo aceptable. Te pueden negar un documento de esa burocracia diaria por cualquier razón pero, si está escrito de manera enrevesada, raramente lo harán porque es difícil de entender. Aunque sea de manera inconsciente, terminas asumiendo que tu redacción fue buena y, por lo tanto, ese mal hábito se ve reforzado.
De un tiempo a esta parte, consciente de esto que digo, procuré redactar la "burocracia laboral" de una manera más sencilla. Muchos textos me quedaban muy cortos en comparación a los que habría escrito utilizando otro estilo, pero eran mucho más comprensibles. ¿Y saben qué? Funcionó. Tampoco me los rechazaron. El objetivo final del documento se cumplió, y el nuevo y buen hábito se vio reforzado de la misma manera que el viejo y malo. Eso sí, no lo suficiente como para no caer de vez en cuando en el vicio, para qué negarlo.
Ni tampoco para escribir algo como un Millás, un Casciari o un Gaiman. Pero todo se andará (espero).
P.D.: ¿Por qué para llegar a los textos de Millás en su página oficial tienes que pasar por un par de cosas en Flash? Me parece un poco irónico y molesto. Por lo tanto, mejor entrad por aquí para leer sus textos de "Cuerpo y prótesis", y por aquí para los "Articuentos".
Hola, has leído a Lezama Lima?....
ResponderEliminarJorge