Ya está aquí la Navidad y con ella llegan las cestas de nuevos propósitos. El inglés, la dieta, el tabaco, la guitarra, el Ulises de James Joyce y otras muchas cosas que tenemos pendientes quedarán resueltas el año que viene. Seguimos creyendo que podríamos ser otro distinto del que somos si nos lo proponemos. Tal vez el auténtico espíritu de la Navidad resida en la negación de la evidencia y en mantener ese resorte infantil que da la espalda a la razón y se aferra a la fantasía como sólo lo saben hacer los niños cuando crean mundos disparatados ante una realidad que les amenaza.
El Gran Wyoming, hablando acerca del espíritu de la navidad.
Plantearse propósitos de año nuevo no tiene mucho sentido si consideramos que siempre tenemos semanas nuevas, meses nuevos y hasta nuevos días. Esas promesas quizá no se realicen tan sólo porque nos damos todo un año para cumplirlas. O tal vez sea precisamente por eso que las hacemos…
Si quieres cambiar algo en tu vida, no necesitas un punto de referencia como el del año nuevo. Basta con fijarte como fecha el próximo amanecer, la próxima hora o, mejor, el próximo minuto.
El único propósito que me voy a hacer es el de acordarme de escribir “2009” en lugar de “2008” a la hora de poner la fecha.
Ese propósito tuyo es imposible de cumplir, al menos hasta febrero o incluso peor, hasta enero del 2010
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