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domingo, 30 de noviembre de 2008

Lo que he aprendido en el NaNoWriMo

Ensayo y opinión has sido siempre géneros que, por una u otra razón, se me han atragantado. Escribirlos, digo, que leerlos siempre ha sido y es un placer. Tal vez sea por eso que me animé en un primer momento a crear este blog, a ver si de tanto ir el cántaro a la fuente, éste terminaba por llenarse. Pero con la ficción era otra cosa. Siempre he estado escribiendo todo tipo de cuentos, microcuentos, guiones y algún que otro amago de novela que nunca llegó a concretarse. Lo último fue hasta que llegó el Nanowrimo de este año, 2008. Ahora, tengo el primer borrador completo de una novela, lo cual en verdad son palabras mayores.

 

Durante este mes, todos los días religiosamente (salvo un par de excepciones en las primeras semanas), he estado sentándome frente a la computadora para completar mi cuota diaria de palabras. Finalmente, el pasado viernes, a eso de la una de la mañana (oficialmente sábado), me lancé al sprint final, cumpliendo con el objetivo fijado un día y medio antes de la fecha límite. Dupliqué la cuota diaria de palabras para ese día, además de haber ido cumpliendo algo más de lo fijado también durante los días anteriores. Y terminé, damas y caballeros, con la misma satisfacción que si hubiera ganado un premio “real”, por decirlo así. Terminé contento, emocionado, aliviado y orgulloso por haber cumplido el reto que decidí asumir allá por el mes de agosto.

 

Durante este mes de noviembre, gracias a mi participación en el NaNoWriMo, he aprendido unas cuantas cosas. Nada nuevo en la mayoría de los casos, pero si bien no son cosas novedosas, sí es novedoso el hecho de haberlas experimentado a lo largo de un mes en carne propia. Es entonces cuando en verdad se aprende, cuando se vive aquello de lo que se habla. Ahora es el momento de mirar atrás y recoger todo lo vivido durante este mes. Para eso es esta entrada, más un apunte personal que resuma lo que aprendí y al que poder volver de vez en cuando para refrescar la memoria si tengo problemas con la misma (cosa que suele suceder demasiado a menudo).

 

  • En agosto escribí: “Tan sólo el hecho de pensar que en el mismo momento en el que tú estás sudando frente al teclado hay miles (sí, miles) de personas pasando por lo mismo que tú únicamente por sobrepasar la barrera de las 50.000 palabras antes del 30 de noviembre debe de ser escalofriante”. Ahora, puedo decir oficialmente: una porra. Al escribir, estás solo. Si bien hay foros disponibles a los que unirse y en los que comentar los avances, creo que intervine únicamente en uno de ellos y en una ocasión. Bastante tenía con avanzar en mi historia, cumpliendo los plazos previstos, lidiando con las situaciones que iban surgiendo, modelando personajes o acabando con ellos. Quizás a otros les fue de utilidad estar en un pelotón, por usar un símil ciclista, avanzando en equipo hasta llegar a la meta. En este caso, yo me identifiqué más con el escapado en solitario subiendo hacia los lagos de Covadonga.
  • Todo tiene su proceso. A veces, tratamos de saltarnos sus pasos porque hay partes sumamente aburridas para cosas que normalmente nos divierten. Por ello, al escribir, en muchas ocasiones tratamos de abordar nuestro escrito como si debiera ser perfecto desde la primera frase. El resultado suele ser normalmente (porque hay excepciones) que no pasamos de esa primera frase, o de esa primera página. En el momento en que nos atascamos, se acabó la historia. En el NaNoWriMo, se hace constantemente hincapié en que el objetivo es cantidad, no calidad. En uno de los correos semanales que nos llegaban a los participantes, un escritor lo exponía comparándolo con las estatuas de Miguel Ángel: primero, fueron piedra en bruto. Después, pasaron por un estado en que el que recordaban vagamente a una figura humana. Miguel Ángel no hizo el rostro de La Piedad el primer día en que empezó a esculpir. Antes, le dio una forma general a toda la estatua.
  • Trabajar fraccionando un objetivo mayor en otros más pequeños, funciona. La constancia funciona. Si no hubiera estado escribiendo todos los días mis casi 1.700 palabras, no lo hubiera conseguido.
  • El miedo paraliza. Muchas veces, no empezamos algo porque creemos que no estamos preparados. De haberme propuesto escribir una novela antes de esto, hubiera pensado en que antes mejor crear una serie de perfiles de los personajes, algo de documentación, encadenar las situaciones que iban a ocurrir… Y sí, todo eso es correcto y funciona, pero demasiadas veces esa parte del proceso se convierte en un agujero negro que te absorbe y te impide continuar. Al haberme propuesto alcanzar mi cuota diaria de palabras fuera como fuese, me encontré con situaciones narrativas en las que me atascaba. Pero como tenía que cumplir la cuota, las solucioné como pude y seguí adelante. Y aquí quiero enfatizar algo: no se trata de que, con tal de cumplir, hagas las cosas de cualquier manera. Obviamente, ante un atasco, es posible que queramos coger por la calle de en medio y atajar llevándonos por delante todo lo que se nos cruce. No es a eso a lo que me refiero. Me refiero a la capacidad que tenemos de poder improvisar de una manera adecuada cuando es necesario, manteniendo en este caso la coherencia narrativa y sin cejar en ningún momento hasta que salga algo que funcione. Por poner un ejemplo: tienes a tu protagonista encerrado en una habitación que sólo tiene una puerta y afuera hay dos guardias. Para poder continuar, debes sacarle de ahí. Pues bien, nada de que mañana se te ocurrirá algo: sácale ahora. Si no paras hasta que le saques, seguro que se te ocurrirá algo.
  • Tenemos más recursos de los que pensamos. Mi historia trata sobre una persecución. Y quería que esa persecución transcurriese durante toda la novela. Hacia la mitad, ya sabía el final y podía haberla terminado en ese mismo momento, pero debía alargarla, y no sólo por el objetivo de las 50.000 palabras, sino porque lo que quería también era aumentar el dramatismo, enfatizar la sensación de encierro, de persecución, de “no hay salida” que debían de sentir los protagonistas y, por lo tanto, el lector. Ese era mi objetivo: contar una persecución en 50.000 palabras, no menos. Más de una vez, no sabía como “alargar” la historia y fui incluyendo cosas que, poco a poco, fueron encajando, aumentando en complejidad la historia. De pronto, algo que había puesto de relleno me servía para tirar de ello y añadir un nuevo matiz. Lo que hacía dos días me parecía algo traído por los pelos, de pronto encajaba a la perfección en consonancia con las nuevas ideas que me venían. Y esas ideas me venían porque aprovechaba lo que ya había puesto ahí antes.
  • Si algo se daña, arréglalo ahora. Tienes una cuota mínima de palabras que cumplir diariamente. Si un día, por alguna razón incontrolable, no puedes escribir, cúmplela al día siguiente o cuanto antes. No lo prolongues ad calendas grecas porque no funciona. Nada de que más adelante lo cumplirás: hazlo ahora. Si lo dejas para después, será peor. Yo perdí un par de días, creo recordar. El día después de los mismos me puse a cumplir con la cuota de ese día y del anterior. Ocurrió dos veces, no más. Fue tanto el esfuerzo que me aprendí la lección para que no me pasase de nuevo. Esto es importante, porque uno de los factores que influyeron para que me aprendiese la lección fue que las consecuencias de los retrasos eran observables dentro del corto plazo. Para controlar mi avance, me agencié un papel tapiz (en los recursos del NaNoWriMo) que tenía un calendario en el cual figuraba la cantidad de palabras que debía de tener en total cada día; es decir, no es que pusiera “1667” palabras en cada día, no: por ejemplo, el martes 11 tenías que tener 18337, y el miércoles 12, 2004, y así. Si no tenía esa cantidad ese día, me daba cuenta de que me estaba atrasando, y dado que uno también tiene una vida y otros compromisos que cumplir, atrasarme demasiado me hubiera supuesto un obstáculo que hubiera terminado por afectar a todo lo que me rodeaba.
  • Si quieres estar en todo, terminas por no estar en nada. Personalmente, tengo una tendencia exagerada a meterme en muchas cosas, y eso a veces termina siendo un problema (no siempre). En este caso, las dos primeras semanas transcurrieron sin sobresaltos, simultaneando el NaNoWriMo con otras (pero de lo primero que dejé de preocuparme de actualizar fue este blog). Sin embargo, las dos últimas semanas me tocó dejar de lado algunas cosas para poder enfocarme en mi objetivo. Lo importante es que dejé para más adelante cosas que, en otro momento, hubiera pensado que eran improrrogables. Ahora me toca recuperar el tiempo perdido, pero no ha ocurrido nada grave. En su mayoría, las cosas tienen la importancia que les damos, y en mi caso, los daños no han sido graves (ni siquiera han sido daños) y el resultado final ha valido la pena.
  • Los objetivos tienen que estar dentro de plazos razonables, pero sin pasarse. Escribir una historia de 50.000 palabras partiendo de la nada o de unas bases muy poco concretas no es una bicoca, pero tampoco imposible. Exige un esfuerzo. El problema está en que muchas veces sobre-estimamos nuestra capacidad o la subestimamos. Creo que resulta más grave lo primero que lo segundo, pues al no poder cumplir lo que nos proponemos, nos metemos una carga de presión innecesaria. Me ha gustado mucho este plazo de un mes para escribir una novela “ecuestre lo que ecuestre”. Me sentido muy cómodo ante algo claro y definido que, aunque exigía una constancia férrea y un esfuerzo considerable, el resultado ha terminado por ser algo claro y medible y que ha dotado al “sufrimiento” de un refuerzo positivo. Creo que ahí está el truco.
  • Haz lo que te de la puñetera gana. Y esto me parece quizá la lección más importante que he aprendido. Durante los meses previos al NaNoWriMo, estuve sopesando diferentes argumentos (sin entrar en detalles, para no hacer trampa), pero no me convencía ninguno. Cuando llegó la fecha de inicio, decidí enfrascarme en una historia que, dentro de aquel webserial que comencé hace casi un año y que dejé congelado por dejadez, iba a ser apenas un párrafo muy resumido. Nunca me había planeado desarrollar esa historia, pero los personajes y la localización (Quito) me atraían mucho, por lo que me lancé a ella. En resumen: el protagonista está muy estereotipado, hay muchos clichés, hay numerosas frases hechas, hay situaciones cogidas por los pelos y muy “fantasmas” (¿una aguja clavada en el ojo del malo cuando este va a disparar? ¡Por favor!). Pero, ¿sabéis algo? Me lo pase condenadamente bien escribiendo, y hasta puede ser que el resultado sea medianamente entretenido, que era lo que buscaba al fin y al cabo. Sí, podría haber tratado de escribir un drama humano que profundizase en la esencia de la sociedad, tratando de descubrir los vicios y virtudes de… Vamos, todo eso. Pero eso no era lo que me apetecía. Me apetecía acción, caña al mono, situaciones exageradas, poses heroicas gastadas… Y eso hice. Tiene muchos defectos, por supuesto, pero escribí algo que me apetecía y con lo que disfruté. Si hubiera intentado hacer algo engalanado con frases preciosistas, con descripciones llenas de arabescos linguisticos que no van conmigo, a mitad de mes lo hubiera dejado. Y no, gracias. Si iba a sufrir por ello, por lo menos que sufriera en algo que me gustara. Y esto es aplicable a cualquier proyecto personal. Todos queremos tener éxito de alguna forma, ya sea reflejado en economía, ya sea reflejado en popularidad, ya sea como sea que esté reflejado. Pero nos obcecamos en ese éxito, ignorando que eso tan manido de que “el éxito es el camino” es tan cierto como que ese camino no es fácil. Por lo tanto, terminamos por dejarnos llevar por los cantos de sirena que nos dicen qué y qué no debemos hacer, haciendo a un lado lo que tenemos dentro y queremos sacar. Más o menos como lo que llevo escrito en esta entrada, algo que debéis de tomar como la recopilación de una serie de experiencias que a mí me han valido pero que puede ser que no funcionen para vosotros.

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