A pesar de que todos de una manera u otra la buscamos, la receta infalible no existe. No me importa el tema que sea, siempre habrá un pequeño grado de desviación que evitará que consigamos los resultados prometidos.
El secreto está en las medidas: las pizcas, las cucharaditas, las tazas, ese sistema métrico tan particular de la cocina que también se aplica a cualquier otro tipo de receta. Lo que en unos casos requiere tres tazas, en otros necesita cinco cucharaditas, a pesar de que se trate de conseguir el mismo resultado.
Y que decir de la expresión "al gusto". Esa es la madre de todas las expresiones ambiguas, pero que termina siendo siempre la más certera (oh, paradoja). El secreto reside en aquello que le añadamos al gusto, pues de eso se trata: de que nos guste aunque sea un plato que nunca hemos probado.
Hay recetarios para todos los gustos: para hacer una película, para elaborar un blog de éxito, para escribir una novela, para componer una canción, para hacerse rico... A pesar de no creerme ninguna de ellas, les encuentro valor. Ese valor no está en los ingredientes, en su orden y en su medida, sino en como interpretemos cada uno de ellos individualmente, de manera que nos permita interpretar a nuestra manera el conjunto total.
El problema surge cuando seguimos a literalmente cada uno de los pasos que nos muestra la receta. Transferimos lo que funcionó en la realidad de otro a la nuestra, que es sin duda diferente, o hasta diametralmente opuesta. No interpretamos, no intentamos transponer a nuestra vida elementos de la vida de otro, adaptándolos a nuestra situación particular. Seguimos esperando el mesías y nos decepcionamos una y otra vez cuando vemos que aquel que vestía túnica y aureola sólo era un fantasma con una sábana y una bombilla.
Me gustan las recetas: aprendo de ellas, pero la mayoría de las veces no las aplico, porque soy consciente de que no me van a funcionar a mí. Elijo algún que otro ingrediente, alguna que otra medida y el orden lo voy probando hasta que doy con el apropiado para mí, de manera que quede "a mi gusto".
Otros, sin embargo, se anclan en la receta y no sacan las narices del libro. Cogen lo que les dicen que cojan y lo aplican de la manera que les dicen, sin pararse a pensar si el plato que quieren obtener es el que necesitan. Y cuando no funciona, la culpa es del recetero, no de ellos. Vaya por dios.
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