El tendero digital, por medio de esta entrada, me hace pensar en como, en muchas ocasiones, gente bienintencionada toma decisiones por nosotros. En este caso, a una chica de 28 la llevan para que elija una portátil, y luego en un petit comite (¿se dice así?) se decide que estaba equivocada, que la otra portátil se ajustaba mejor a sus necesidades.
Es muy fácil decirle a una persona que se ve en esta situación que debe imponer su criterio, pero es que no sabemos lo que hay detrás. Quizá se trata de unos progenitores sobreprotectores que han estado minimizando durante toda la vida a su hija, de manera que la han incapacitado para tomar decisiones propias. Tal vez es una llana y simple dictadura paterna a la que no hay como resistirse. O, en el mejor de los casos, únicamente un entrometimiento que hará que la chica estalle en mil reproches muy justificados y que se agarre un cabreo tremendo. Ojalá sea esto último el caso.
Por desgracia, el primer caso se da demasiado a menudo: padres que tratan de vivir las vida de sus hijos por ellos, intentando protegerles de todo mal y, en primer lugar, de ellos mismos. Esas personas no tienen hijos, tienen mascotas, en el peor sentido de la palabra.
En la educación, te encuentras con muchos tipos de padres. El caso que acabo de nombrar es de los menos habituales en apariencia, pues son los que más camuflados están. Su camino está pavimentado de buenas intenciones, y eso los disfraza, pero ya sabemos el destino final: el infierno, pero no para ellos, sino para quien los sufre.
Toda persona debe tomar sus propias decisiones, precisamente para equivocarse. Por muchos métodos pedagógicos que aparezcan revestidos de innovación, no hay nada mejor que el clásico prueba y error. Todos aprendemos de esa forma, tanto al inicio de nuestra vida como en el transcurso de la misma. Al actuar de forma proteccionista, estamos limitando el aprendizaje de la persona, algo que aunque no sea considerado crimen, está muy cerca de serlo.
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