Creo que todos tenemos un modo de ser “por defecto”. Para explicarlo con más claridad, usaré una metáfora basada en la informática.
Imaginemos que nuestra personalidad tuviese una interfaz con una enorme cantidad de menús con sus respectivas opciones. La organización de estos menús sería jerárquica y en cascada: los primeros influyen en los siguientes, determinando su efecto si estos no son modificados (al estilo de las CSS). El primer menú muestra dos opciones que indicarán también a los siguientes que enfoque deben adoptar en el caso de que este no sea definido. Las dos opciones que tiene son “positivo” y “negativo”. Ese menú indica nuestra tendencia a la hora de adoptar un punto de vista sobre cualquier cosa.
Todo esto viene al caso porque actualmente estoy pasando un pequeño problema de salud que espero no sea grave (y que no se agrave). Estos últimos días han tenido como protagonistas una doctora y unos análisis variados. Los resultados de los mismos no los obtendré hasta pasado el fin de semana. La interpretación de ellos (lo verdaderamente importante, al fin y al cabo) la tendré un poco después.
Como he dicho, por lo que parece no se trata de nada grave, pero no puedo negar que estoy asustado. Y ahí entra el modo “por defecto”. Creo que el mío es “negativo”. Si no me esfuerzo en cambiar los menús de las opciones siguientes hacia otro estado, esa es la tendencia que me caracteriza. De puertas para fuera, quizás algunas personas no me consideren un pesimista, tampoco yo pienso que sea así. Pero a la mínima que me descuido, me encuentro temiéndome lo peor, esperando que las cosas salgan mal. No deseándolo, ojo. Sólo temiéndolo.
La circunstancia actual me ha hecho darme cuenta de este pequeño detalle. Creo que todos disponemos de ese menú, prefijado en una opción que es muy difícil de cambiar. Intentar hacerlo es prácticamente imposible. Sin embargo, lo que si podemos hacer es cambiar las opciones que hay por debajo. Me he dado cuenta de que yo lo hago cuando voy al médico. Me pongo a bromear sobre mi condición, sin dejar de dar los datos más exactos que pueda acerca de ella. En esos momentos, me refugio en el humor y trato de no mostrarme abatido y, lo más importante, de no sentirme así.
Si el entorno en el que hemos sido criados ha puesto nuestro menú inicial (que no es el principal) en una tendencia que nos incomoda y que rebaja nuestra calidad de vida, debemos hacer todo lo posible por cambiar los menús subsiguientes a estados que equilibren el resultado final, o que lo decanten hacia un estado mucho más provechoso. Quien sabe, a lo mejor de esto se podría hacer un ejercicio de visualización: imaginamos la interfaz y cambiamos las opciones, eligiendo de los menús creados exprofeso para ello. ¡¡¡Uuuy!!! Eso suena a “autoayuda rancia”, como diría mi estimado Yoriento.
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