Hay trabajos en los que gran parte de los ingresos provienen de las propinas. Las propinas son algo indeterminado que depende de la persona que las da. Personalmente, siempre me he sentido incómodo con esta clase de cosas. Por ejemplo, con los chicos del Supermaxi.
Para los que no viven en Ecuador, les cuento que Supermaxi es la mayor cadena de supermercados del país. Tienen un servicio en el que una serie de chicos van metiendo en bolsas los productos que has comprado y que luego, con un carrito, te los llevan hasta tu coche o hasta la parada de taxis. Aprendí por observación que cuando usabas este servicio, debías dar propina al final.
A mí me gusta tener las cosas claras, y las propinas son de esas cosas que nunca lo están. Supongo que a estos empacadores les pagan, pero como son chicos en su mayoría menos que adolescentes, te imaginas que su labor tan poco cualificada debe ser también poco remunerada. Entonces, en teoría, tú haces una pequeña labor social contribuyendo con tu propina a que ganen un poquito más y, supuestamente, a estimularles en sus labores. Así es como se interpretan las propinas la mayoría de veces. Pero eso es cuando reflexionas y tratas de justificar el hecho de dar propina.
Sin embargo, creo que la mayoría de las personas lo hace por miedo. Primero, lo hace por imitación: si todo el mundo lo hace, por algo será. Pero luego, en segunda instancia, cuando se pregunta por qué debe añadir algo al sueldo de un chico que sólo te lleva una gran cantidad de bolsas en un carrito que, además, no es suyo, la respuesta es el miedo. Miedo a que el chico nos mire con mala cara, miedo a que la próxima vez no nos atiendan bien, miedo a que la gente piense que somos unos tacaños, miedo a que nos monte una escenita delante de todo el mundo... En resumen, damos propina porque tememos los efectos de no darla.
Luego está el asunto de la cantidad. La mayoría recurrimos al viejo truco de dar un buen montón de centavos porque parece mucho pero es poco. Pero yo, que me siento culpable por usar un truco tan miserable y gastado, siempre meto una moneda o dos, de cinco o diez centavos, con lo que el viaje en carrito me termina costando más que un viaje en autobús.
La propina siempre va unida a eso tan ambiguo llamado “la voluntad”. Al asociarlo de esta manera, te están diciendo que tu voluntad de ayudar a los demás está en función de la cantidad de dinero que des. ¿Y si mi voluntad de ayudar es grande pero mi bolsillo es pequeño? Porque un blog no es que deje grandes ingresos...
Pero es que ahí no acaba la cosa. Si eres potentado, o tienes unos ingresos altos, cuando das una propina te puedes dar el lujo de ser generoso. Pero si eres como yo, con unos ingresos menos que humildes, encima corres el riesgo de quedar como imbécil si das demasiado. O sea, tienes que fluctuar entre los márgenes de la tacañería y los de la estupidez.
Bueno, sea como sea, a pesar de la pequeña desazón que me produce, seguiré dando propinas a los chicos de Supermaxi simplemente porque lo hace todo el mundo. Hay otros aspectos borreguiles que me preocupan más y que merecen un esfuerzo mayor.
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