Como casi siempre estoy offline, cuando me encuentro con, por ejemplo, un blog que me gusta, utilizo el Flashget para bajármelo por completo (cosa que me deja sin las imágenes que pueda haber en los posts). Entonces me lo leo con tranquilidad y después me suscribo a él y lo sigo cuando estoy online. De esta manera, he descubierto blogs muy interesantes (muchos de los cuales se pueden ver en la columna de al lado) y me los he leído de cabo a rabo porque daba gusto hacerlo.
Por medio de un vínculo en alguna página que ya no recuerdo, llegué a Orsai, del escritor Hernán Casciari. A este señor no le conocía yo de nada, pero decidí bajármelo pues me había gustado su artículo. Y me gustaron los otros, vaya que sí me gustaron.
Lo que más me llamó la atención cuando los leía eran las comparaciones que hacía entre Argentina y España, y en las que casi siempre sale perdiendo España. A medida que le fui leyendo, me enteré de que era un argentino que se fue a mi país y que ahora vive en Barcelona. Pero no por necesidad, sino por amor.
Algunas de esas comparaciones me molestaron, y pensaba que no tenía razón en lo afirmaba. No he leído los comentarios de esos posts (de hecho, de ninguno porque el Flashget no me los bajó), pero imagino que más de uno debe de haber sido incendiario, mostrándose ofendidísimo por las palabras de Hernán. No me cabe ninguna duda, y alguna vez, por simple pasatiempo, lo voy a corroborar. Quizá si yo hubiese estado online, lo hubiese hecho también.
Pero por suerte (ahora sí), lo leí offline, y eso hizo que pudiese tener tiempo para pensar.
Es completamente lógico que Hernán diga las cosas que dice. Le entiendo. Cuando uno está viviendo en un país que no es el suyo (y “suyo” puede ser por nacimiento, por crianza o, sencillamente, por adopción), mitifica su país. Todo lo que no halla en el que se encuentra, lo extraña, y si lo encuentra, es peor. Con más facilidad de la que parece, uno se deja llevar por la emotividad y establece comparaciones completamente odiosas en la que su patria lejana siempre sale ganando.
Ya van para once años los que llevo fuera, y quizá me duele más estar fuera de Madrid que de todo mi país. Adoro la ciudad donde nací. En todo este tiempo, sólo he podido ir una vez, pero que vez fue esa.
En lo que llevo aquí, muchos ecuatorianos han emigrado a España. Y estoy seguro de que, estén en la situación en que estén, extrañan muchas cosas de acá que yo considero que están mejor allá. Pero es normal. No es sólo cuestión de costumbre, es cuestión de cariño, de apego a la tierra. Es igual que pasa con los hijos: siempre el tuyo es el más “más” del mundo.
Estas fronteras que coloca el corazón son normales, y deben mirarse de esa manera. Hasta el más cosmopolita de
Hernán se quedará con su dulce de leche. Yo me quedo con el pantomaca, que los catalanes lo hacen cojonudo. Los ecuatorianos se quedarán con su fritada y su ceviche (que aún no sé si lleva “v” o “b”). Y, bueno, pues todos comemos, ¿no? A la misma mesa y cada uno lo suyo, que no por eso nos vamos a tirar los platos a la cabeza.
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