Manuel Almeida se marca un post de esos que merecen ser enmarcados, a ser posible en las oficinas de los directivos de los periódicos que aún puedan salvar el culo de la quema que se está produciendo.
En este estado de cosas, se produce el primer gran pecado del periodismo contemporáneo: la infravaloración del periodista. Para la empresa, especialmente aquellas de reciente creación o con responsables de la generación ‘yuppie’ que sustituían a editores y gerentes involucrados de forma entusiasta con el periodismo (piedras básicas para el exitoso desarrollo del sector durante el siglo XX), los periodistas pasaron de ser ese profesional especializado, formado y no necesariamente en la universidad, al que había que mimar porque era la base de toda la estructura, a ser considerados un mero eslabón más de una cadena de producción. Un eslabón cuya cualificación tenía una importancia relativa porque, imaginaban en su quimera empresarial, daba igual lo que se publicase: había surgido una nueva ‘clase’ capaz de convertir en oro lo que tocara, preparada para encantar al lector y a los clientes con cantos de sirena, de vender un mal producto, de rentabilizar lo mediocre, llamada a solucionar la crisis galopante que comenzaba a atenazar al sector.
Aunque no estoy muy de acuerdo con el título de la entrada: El fracaso de la prensa. Más bien, ha sido el fracaso de sus gestores, confiados en que todo el monte del capitalismo desaforado era orégano. Por cierto, ¿a eso que hacían – y hacen – se le puede llamar periodismo?
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