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martes, 23 de enero de 2007

Dogmatizando intrascendencias

- ¿Practicas algún deporte?

- Ahora no. Antes, hacía ciclismo. De carretera.

- Es mejor el de montaña.

- A mí me gusta más el de carretera. Tenía una bici de carreras estupenda, de esas que se levantan con un solo dedo.

- Son mejores las mountain-bike.

- En España, seguía las tres grandes: el tour, el giro y la vuelta. Pero las perdí cuando vine acá. Acá no las pasan.

- Sí las pasan.

En este punto, decidí acabar la conversación que, por cierto, había iniciado él. Me pregunté para qué coño me había dicho nada si iba a invalidar todo lo que dijese. Y me di cuenta de que para eso precisamente había iniciado la conversa.

Hay personas que no hablan: pontifican. En su mano tienen la verdad y, en cuestión de opiniones subjetivas, tú estás equivocado. No importa que se trate de política o de la cría del gambusino, siempre estarás equivocado porque ellos tienen razón. Simple, ¿no?

Rehuyo la conversación con ese tipo de personas, sobre todo si los temas tratados son insustanciales, intrascendentes, subjetivos. No me molesta que me cuestionen, más si yo trato de hacerlo permanentemente (a veces hasta la exageración). Pero sí me molesta que en cuestiones de gustos me digan que estoy equivocado. Pueden decírmelo acerca de cosas que no he probado, pues quizá tengan razón. Pero, aún así, decir que un gusto es “equivocado” es pasarse un par de pueblos.

Lo que más me molesta de conversaciones como la que he puesto es lo que no se puede apreciar en la transcripción: el tonito con el que son dichas las cosas. Un tono de autosuficiencia, de censura y, sobre todo, de condescendencia. Las personas que hablan así no buscan amigos o compañeros temporales de plática insustancial, sino escalones sobre los que subirse para parecer más altos, sujetos a los que menoscabar para realizar una transfusión de ego. Y, lo peor, siempre con temas “chiquitos”, temas completamente subjetivos, cuestiones de gusto. Como herramienta, usan la tajancia cortante: yo tengo razón, tú no. Trata de argumentar que esa es tu opinión, que estarás equivocado. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Punto.

Sucede que estas personas, por lo general, se acostumbran tanto a usar argumentos huecos que luego tratan de que se asuman sus opiniones y sus puntos de vista simplemente porque “él es él”. Siempre ven la paja en el ojo ajeno, y como llevan la contraria por sistema, creen que el resto del mundo les hace lo mismo a ellos.

Estas personas tan sólo son pequeñas chinches, piedritas en el zapato, granitos donde la espalda pierde su casto nombre. El problema es cuando se involucran en procesos importantes, en tomas de decisiones relevantes de alguna manera. En esos momentos en los que es preciso el diálogo y el intercambio de opiniones para llegar a un punto concreto, ellos se atrincheran en sus argumentos (que para algo son huecos) y paralizan todo el proceso con su verborrea insustancial. Si hay suerte, se consigue avanzar a trompicones, dejándoles en la cuneta rezongando. Se alcanza el objetivo a su pesar, por lo que luego van a buscar a alguien que preste oídos a su desacuerdo, siempre calificando de injusto todo aquello que no se pliegue a sus deseos. Como siempre lo encuentran, pasamos del pequeño dolor de cabeza al malestar general.

Creo que todos conocemos o conocimos a alguien así. Lo mejor en estos casos es poner una distancia prudente entre medias, por si acaso. Ya bastante tenemos con lo que tenemos todos como para permitir que alguien nos amargue el día por su santa voluntad.

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