Sospecho que soy tonto. Sí, de verdad. Debo ser tonto porque últimamente veo muchas anuncios de televisión muy simples en apariencia y, vamos, que no los entiendo.
No me pidan nombres. No me consigo tragar eso de “se dice el pecado pero no el pecador”, pero es que en este momento no me acuerdo de ninguno. Supongo que es fruto de ese mecanismo de autodefensa del ego llamado “memoria selectiva”, qiue suele tener una tasa de efectividad increíblemente alta.
El caso es que parece como si en los últimos tiempos pululasen por ahí numerosos anuncios que resultan completamente incomprensibles para mí. Vamos a ver: plantean una situación, la solucionan y luego te encasquetan el producto. O te proponen algo, y luego te encasquetan el producto. O dicen algo que suena muy bien, que tiene hasta un germen jocoso, y luego te encasquetan el producto. En resumen: algo, y te encasquetan el producto. El problema viene de que, cada vez con más frecuencia, no entiendo que relación tiene lo primero con lo segundo.
Bajo mi punto de vista, no existe ninguna relación. Pero luego pienso: es una marca conocida, seguro que han pagado a un buen grupo de publicitarios. No harían nada así, incomprensible. Por lo tanto, soy yo el que no lo entiende. Soy yo el tonto.
En busca de nuevas propuestas con las que incentivarnos a comprar sus productos, la publicidad rompe de manera trasgresora con lo establecido, como cuando en un alarde de genialidad quitan las tildes de las palabras que deben llevarlas por nosequé de la estética (aquí de nuevo soy tonto y retrógrado, porque me pregunto que daño puede hacer una tilde). O, por ejemplo, cuando no ponen la apertura de los signos de admiración para integrarse de manera plena y congruente en la globalización galopante que vivimos (¡si seré estúpido! Ese signo no sirve para nada, sólo estorba, hace que una frase tenga más caracteres y además, el signo de cierre es más que suficiente para indicar la entonación de la frase. ¡Y yo viviendo engañado, creyendo que era un signo que suponía una ventaja sobre el inglés!). Ahora, con estos anuncios, pretenden involucrar al espectador en el desarrollo de la trama, hacer que pienses, ser parte integral del modus vivendi que el producto te aportará. Pero yo, vaya por Dios, soy tonto. No entiendo lo que me quieren decir. Y esto me acompleja.
A www.elamordemivida.com.ec le pasa lo mismo. Pero sospecho que es por vivir conmigo: le estoy contagiando mi estupidez. De mutuo acuerdo, hemos decidido que sólo vamos a prestar atención a los anuncios de detergentes, porque son claros y directos, sin complejidades. Muestran al mundo tal cual es, y lejos de adentrarse en metafísicas o cuanticidades, se aferran a la vieja “causa y efecto” que nos es tan grata y comprensible. Pero un temor invade mi alma: ¿hasta cuando?
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