Antes del post anterior, había escrito otro acerca de mi taller de periodismo, de la nueva experiencia en la que nos hemos embarcado. Lo había hecho a raíz de la lectura de este artículo.
Pues bien, ya estaba notando rara a la computadora mientras lo escribía, y finalmente opté por reiniciarla. Cuando voy a abrir de nuevo ese post... Sí, resulta que no se había guardado nada.
Yo escribo siempre el día anterior al que publico los post. No tengo Internet en mi casa. Siempre escribo en OpenOffice.org Writer y hoy me ha fallado. Pero lo que me llama la atención de todo esto no es el fallo en sí, sino mi reacción ante él: ninguna. Borrar el archivo dañado (de poco más de 1 KB) y a escribir otra cosa, pues me ha quedado el gusanillo de tener escritos dos artículos y no solamente uno.
Es la primera vez que me pasa esto con el Writer, después de usarlo con normalidad durante nueve meses. Desconozco cual fue la razón, pero tampoco es que me importe mucho (a menos que empiece a repetirse). Ahora, ¿hubiese pasado con Word? En su tiempo, ya me pasó. El Word de ahora no es del 97, pero estoy seguro de que podría repetirse, como podría también suceder en cualquier procesador de textos.
La razón por la que uso Writer (extrañando mucho no tener un diccionario de sinónimos en español) es porque creo en el software libre. Sin embargo, no todo es libre en mi computadora. Una ligera desconfianza y un profundo desconocimiento técnico me lleva a no atreverme a pasar a Linux, a pesar de lo bien que me cae Tux. He instalado y desinstalado Linux en mi máquina varias veces (casi todas ellas con Fedora), y siempre había algo de mi interés que no podía hacer, lo que me terminaba desanimando. No digo que Linux no pueda hacer hoy en día todo lo que se puede hacer con Windows, pero resulta más complicado y tiene una curva de aprendizaje un pelín cuesta arriba para el momento actual en que vivo. Pero hago lo que puedo. Tengo una simpática distribución en cd-live que ejecuto de vez en cuando y que voy a utilizar para dar clases a mis alumnos. Aún así, trato de usar siempre que es posible software libre, aunque sea bajo Windows. Se podría decir que soy creyente no practicante.
Pero volviendo a lo del error, creo que mucha gente juzga a priori el software libre. Sencillamente, no encaja en su manera de ver las cosas, en como se han acostumbrado a que funcionen. Por ello, asumen que si algo es gratuito (o mejor dicho, se puede conseguir de forma gratuita, aunque esa no sea la única manera) ya de por sí ha de tener algún defecto. Estoy seguro de que si esto hubiese ocurrido en mis clases, automáticamente mis alumnos lo hubiesen achacado a la cualidad de software libre del programa. Y no por maldad, sino por desconocimiento. Ni siquiera se hubiesen planteado que se tratase de un fallo ocasional que puede ocurrir en cualquier software privativo. Y ellos, mis alumnos, son reflejo de sus padres y de su entorno.
Nunca antes habían estado más confundidos los términos “valor” y “precio”. Tanto que ni ellos mismos se entienden. El DRAE, prontuario que se supone recoge los acuerdos a los que hemos llegado como comunidad hablante del mismo idioma acerca del significado de las palabras, dice en la primera acepción de valor: “Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite”. En cuanto a precio dice : “Valor pecuniario en que se estima una cosa”. La diferencia, como se ve, es sutil, pero existe. Seguro que en nuestras casas tenemos muchos objetos que poseen un gran valor para nosotros, pero que objetivamente no le podemos adjudicar un precio mayor que aquel que poseía en un principio.
El problema viene cuando “precio” no sólo se convierte en sinónimo de “valor”, sino también de “calidad”. Algo es intrínsicamente bueno solamente porque su precio es alto. En muchas ocasiones esto se cumple, pero en otras es cuando nos dan gato por liebre. Es entonces cuando se asume que el software libre, como no tiene el precio de la liebre a pesar de ser una, es gato.
Me encanta ver las caras de mis alumnos cuando, ante un error del OpenOffice.org, se encuentran por primera vez con un sistema de recuperación de documentos muy parecido al del Word. Es como si no se lo creyeran. Y quiero pensar de que, en esos momentos, después de todo el rollo que he soltado en las clases acerca del software libre, de su importancia desde un punto de vista moral, de su calidad como producto, de su interesante sistema de cooperación, ellos empiezan a diferenciar un poco entre “valor” y “precio”.
Creo que un día dejaré de ser solamente creyente y también seré practicante en toda su plenitud en lo referente al software libre. De momento, procuro utilizarlo siempre que puedo bajo Windows e intento que siempre sea libre el sistema operativo que corre en mi cabeza.
Writer: a pesar de la zancadilla, sigo confiando en ti.
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